Santa María la Real
Cuenta una leyenda, atribuida a los monjes cluniacenses del siglo XVI, que, yendo de caza don García el de Nájera montado en su caballo, soltó su halcón en persecución de una perdiz. Perdidas las dos aves entre la espesura, el Rey se internó entre los árboles, a pie, topándose con una cueva de la que salía un gran resplandor. Al entrar halló un altar iluminado por una lámpara y, sobre él, la Virgen con el Niño, una peana con una campana. A un lado y al otro de la imagen estaban, pacíficamente, su halcón y la perdiz.
La historia, por su parte, nos informa que esta fundación real de don García se debe “al consejo y persuasión de su querida mujer doña Estefanía, por lo que se determinó hacer de la casa del Señor una obra tal que de ella resultase perpetua memoria de sus nombres”.
Santa María comienza a construirse tras la conquista de Calahorra en 1045 y será consagrada en 1052, aunque las obras todavía no habían concluido. El rey García la funda como sede episcopal y para que sirviera de panteón real para los miembros de su dinastía.
Hasta 1079 es atendida por el clero secular y a partir de entonces Alfonso VI de Castilla la incorpora a la Orden Benedictina de Cluny. En 1513 pasa a depender de la Congregación de San Benito de Valladolid y en la actualidad la custodia la Orden Franciscana, que se hizo cargo del monasterio en 1895, tras largos años de abandono y deterioro provocado por la Desamortización de 1835. Desde 1889 el monasterio es Monumento Nacional.
De las primeras trazas de Santa María apenas queda nada en la actualidad: la cueva de la Virgen y algunas piezas escultóricas de gran calidad como las sepulturas de doña Blanca de Navarra, don Diego López de Haro, doña Mencía, el caballero Garcilaso de la Vega y la talla de Santa María.
En 1432 comienza a construirse la iglesia actual, que no se completará hasta 1516. En esta fecha se inician las obras del claustro, que se adquiere su configuración actual de la mano del proyecto realizado por Matías de Castañeda. Las obras, sin embargo, no se rematan hasta 1620. Posteriormente se realizan algunas remodelaciones interiores y ampliaciones que no modifican sustancialmente el conjunto.
El monasterio proyecta al exterior una imagen austera, casi de fortaleza militar, acentuada por los contrafuertes semicirculares de la cabecera de la iglesia, que parece querer ocultar la espectacularidad y la calidad artística de su interior: la cueva excavada en la montaña, hallada por el rey García; la envergadura y nitidez de las tres naves de la iglesia; el Panteón Real plagado de reyes y príncipes pamploneses, castellanos y leoneses, presididos por las imágenes del fundador y de su esposa doña Estefanía; la delicadeza de la sillería del coro, labrada hacia 1495; la riqueza decorativa del claustro con sus finas tracerías, bordeado por sepulcros: el mausoleo de Diego López de Haro; la capilla de Mencía López de Haro…
Real Capilla y Parroquia de la Santa Cruz
Desde principios del siglo XII la parroquia se ubicó en una capilla de la iglesia del monasterio de Santa María la Real. Debido a los constantes conflictos entre los monjes y los clérigos, estos últimos obtienen en 1552 una bula de Julio II que autoriza la construcción de una nueva parroquia fuera del monasterio. Las obres comienzan inmediatamente, pero en 1587 se decide mejorar la fábrica. Se construye entonces una iglesia con planta de salón, de tres naves con tres tramos de igual altura, crucero y ábside. Se consagra en 1611, aunque las obras no se rematan hasta 1634. Dos años más tarde, con la iglesia llena de parroquianos, se hunde toda la pared derecha de la nave. Las reparaciones no terminan hasta 1644.
Posteriormente se producen otras obras complementarias: entre 1651 y 1660 se construye la sacristía, en 1675 la capilla de San Prudencio, y en 1682 la torre y la cúpula del crucero. Está declarada Monumento Nacional.
El altar mayor está presidido por un cristo romanista tallado hacia 1590. A su izquierda se encuentra un San Miguel del S. XVIII y a la derecha San Jaime. Recuerdan ambos las dos parroquias najerinas ya desaparecidas. El conjunto se completa con una virgen sedente, talla hispano flamenco de finales del s. XIV.
En el resto de altares y capillas se encuentran piezas de notable interés, como el crucifijo gótico de finales del s. XIII, dos cobres flamencos del s. XVII, y el formidable conjunto de relicarios con los restos de San Prudencio de Armentia, obispo de Tarazona y patrón de Nájera, los mártires Juan, Ciro y Antígono, o un Lignum Crucis entre otros.
Convento de Santa Elena
Habitado por una comunidad de clausura de Clarisas, el Convento y la iglesia de Santa Elena fue mandado construir por doña Aldonza Manrique de Lara a mediados del siglo XVI, aunque los restos más antiguos que se conservan son de principios del siglo XVII.
La iglesia es una nave de cuatro tramos, en forma de cruz latina, construida sobre diez pilastras toscanas.
En el presbiterio tiene el altar mayor con un retablo barroco de tres calles y ático redondo con salomónicas pareadas con uvas y figuras en relieve de varios santos e imagen a tamaño natural de la titular, Santa Elena.
El coro bajo está cerrado como clausura por una gran reja de hierro y en su interior está la sillería y diversos lienzos de los siglos XVII y XVIII.
En el convento de clausura se conservan diversas obras de arte como un relicario de plata repujada con motivos indígenas que regaló el Conde de Superunda, don José Manso Velasco y Torres, a la Abadesa, su hermana, siendo el primero Virrey del Perú y ambos naturales de Torrecilla de Cameros.
Capilla de la Madre de Dios
Adosada al convento de Santa Elena, la capilla fue mandada construir por don Rodrigo Jiménez de Cabredo como lugar de enterramiento para él y para los miembros de su familia.
El edificio, de sillería, consta de una sola nave de dos tramos con capillas a toda la altura. En la cabecera, a ambos lados del altar mayor se encuentran dos nichos pertenecientes al fundador y a dos hermanos y, en la parte central, un retablo barroco de 1690.
Castillo de la Mota
Ocupa toda la cumbre del cerro de su nombre, dominando la vega baja del Najerilla. Es una fortificación de origen musulmán que fue conquistada en el 923 por Ordoño II y Sancho Garcés.
El castillo cumplió un importante papel político y militar hasta el s. XVI. Aparece citado en el Fuero de Nájera y tendrá un gran protagonismo durante el enfrentamiento de Enrique II de Trastámara y Pedro I el Cruel. Durante el levantamiento comunero sirvió de refugio al gobernador de la plaza, que resistió el asalto de los rebeldes hasta la llegada de las tropas reales que liberaron la ciudad. En él se alojaron Carlos V y Felipe II en varias de sus visitas a Nájera, en las que fueron ricamente agasajados por la nobleza local, según la fuentes de la época. A mediados del s. XVII el castillo se encuentra abandonado y en ruinas.
En la actualidad todavía se aprecia con claridad el foso que defendía todo el flanco este y el muro situado sobre él, jalonado con torres y con una gran plataforma central cuadrangular con un aljibe abovedado.
Alcázar
El Alcázar se sitúa a media ladera, entre el castillo y el casco urbano de Nájera. Además de defensa sirvió también como residencia real y palacio ducal. Fue construido en fecha muy temprana, a la par que el castillo, existiendo referencias de él en el Fuero de Nájera, 1020.
En 1520 fue tomado por los comuneros, que emplearon su artillería para arrasar la ciudad. A finales del s. XVI se abandona y correrá la misma suerte que el castillo.
Las excavaciones arqueológicas que se iniciaron en el 2002 muestran la existencia de potentes muros de sillería bajo medievales que se desarrollan en paralelo, de forma sucesiva, siguiendo la pendiente de la ladera. También han sacado a la luz una calle de acceso empedrada que tras superar la puerta de entrada se transforma en una monumental escalinata que desemboca en un gran patio de armas, posiblemente porticado. Aparecen también los restos del palacio que los duques de Nájera erigieron a mediados del siglo XVI, decorado ricamente con tracerías de estilo gótico y renacentista, y con una variada gama de azulejos mozárabes traídos de Teruel, Toledo y Sevilla que se conservan en el Museo Najerillense.
Malpica
En Malpica se ubicó, al menos desde el siglo XII, el castillo de los judíos de Nájera. La comunidad hebrea residía en su propio barrio, situado al norte de Santa María y en las laderas de Malpica. Rodeado de murallas, contaba con su propio fuero y con su propio castillo. Gozaba de autonomía y se encargaba del mantenimiento y defensa de la fortificación.
Como todas las juderías, la de Nájera sufre diversas alternativas y alcanza su mayor esplendor en la primera mitad del s. XIV. En 1360 fue saqueada por las tropas de Enrique de Trastámara.
A comienzos del s. XVI el castillo de Malpica todavía se encontraba en aceptables condiciones y fue tomado por los comuneros en 1520.
Puente de San Juan de Ortega
En el siglo X ya existía en Nájera un puente, puesto que aparece citado en el Fuero. En el s. XII fue remodelado por San Juan de Ortega y durante los siglos siguientes será constantemente reconstruido y reforzado en numerosas ocasiones, siempre con escaso éxito frente a las cíclicas riadas del Najerilla.
Finalmente en 1866 se construye el puente actual, en el mismo lugar que el anterior, y en el 2003 se amplía su plataforma para facilitar el tráfico.
Muralla
Las defensas de Nájera conforman un complejo sistema de estructuras que agrupa el Castillo, el Alcázar y Malpica, extendiéndose hasta abarca la propia ciudad, que contaba también con su muralla. Su trazado todavía puede adivinarse siguiendo el callejero; en muchos de sus tramos sirvió, además, para contener las avenidas del imprevisible Najerilla. De la antigua muralla se conserva la puerta de la Plaza de la Estrella y el paño que desde ella alcanza el cortado rocoso de Malpica.
Cuevas
En los cantiles de los cerros que protegen la ciudad se abren numerosas cuevas, desde Peñaescalera, al norte hasta Pasomalo, al sur. Forman parte de un conjunto más amplio que flanquea el río Najerilla a lo largo de varios kilómetros hasta el cruce con la localidad de Ledesma de la Cogolla.
Se trata de cuevas artificiales, cuidadosamente excavadas en la roca, que se distribuyen en grupos, a veces de varios pisos, formados por habitaciones rectangulares unidas por pasillos de comunicación segmentados mediante puertas y estrechamientos.
Su origen es incierto; este tipo de cuevas comienzan a utilizarse en la Antigüedad Tardía y está documentada su vigencia durante los siglos X y XI. A diferencia de otras cuevas artificiales riojanas, aquí no se encuentran indicios de eremitismo. Las emplearon las gentes de la zona como lugar inaccesible de defensa y protección en los momentos de peligro, frente a ejércitos y saqueadores.
Desde el exterior, siguiendo el río, se puede comprobar su inexpugnabilidad y los indicios que señalan los medios empleados por sus constructores para acceder a ellas: mechinales en la roca para encajar pasos volados de madera y ranuras en las bocas para encastrar postes de sustentación de poleas y tornos.
Museo Najerillense
El edificio que ocupa el Museo formó parte del monasterio de Santa María la Real y estaba unido a él por un paso volado sobre la calle que los separa. Se construye en el siglo XVIII como palacio del Abad del monasterio. En la planta, baja se instala en 1785 la botica nueva, buena, bella botería de loza y vidrio y al parecer buen surtido de drogas, según descripción de Jovellanos (1795).
La Desamortización de 1835 obliga a trasladar la botica a un local de la calle San Marcial, donde continuará funcionando hasta que en 1921 la compra Joaquín Cusí Fortunet y la traslada a Cataluña. En la actualidad se encuentra en Masnoú (Barcelona) y constituye el núcleo fundamental del Museo Cusí de Farmacia. En el edificio original quedan, sin embargo, parte de las pinturas murales que decoraron la botica, así como la puerta enrejada a través de la que se atendía a los vecinos de Nájera.
Una vez trasladada la farmacia, el edificio albergó la cárcel del Partido Judicial de Nájera y el Juzgado Comarcal hasta la segunda mitad del s. XX. De este nuevo uso dan fe los abundantes grabados realizados por los presos en las puertas de entrada y en la pared del patio, algunos de notable valor estético.
El Museo se abre al público de forma permanente en 2001 y está regido por una Fundación de la que forman parte el Ayuntamiento de Nájera, la Asociación de Amigos de la historia Najerillense y el Instituto de Estudios Riojanos.
Los fondos museísticos están integrados esencialmente por la colecciones de Arqueología, Etnografía y Arte. En la planta baja se recoge la Arqueología de la comarca, ordenada cronológicamente desde la Prehistoria a la Edad Media.
Destaca la presencia de una selección de piezas paleolíticas procedentes de las terrazas del río Cárdenas, que constituyen el testimonio más antiguo de la presencia de homínidos en La Rioja. Especial interés presentan también las piezas cerámicas celtibéricas con decoración excisa procedentes de Bobadilla y, sobre todo, la colección de moldes de cerámica romana, Terra Sigillata Hispánica, procedentes de Tritium, el mayor centro productor de Hispania.
En la sala medieval se muestran algunas piezas que reflejan el pasado islámico y hebreo de Nájera y el variado conjunto de azulejos mudéjares procedentes del Alcázar.
La planta primera se destina a la Etnografía comarcal en sus diferentes aspectos y a la colección de arte antiguo. Todavía en proceso de montaje, se abrirá al público en breve tiempo.